Ayer celebramos la solemnidad de la Manifestación del Señor a todos los pueblos (Epifanía), representados en los Magos de Oriente que llegaron para adorarle. Hoy celebramos, como conclusión de las fiestas de Navidad, la fiesta del Bautismo del Señor.
Leía de un autor espiritual que el sacramento del Bautismo que recibimos, nos ha hecho hijos de Dios, capaces de una relación de intimidad y de amor con Él, que ya no somos sólo creaturas sino hijos de Dios.
Y me recordé de una catecúmena que bauticé recientemente: llevaba varios años de estar unida sin casarse con su esposo. Pero con la particularidad de que había crecido en una iglesia evangélica y quería bautizarse. Después de formarse para recibir los sacramentos, en una misma celebración eucarística recibió los sacramentos del Bautismo, Confirmación, Eucaristía y Matrimonio.
¿Pueden imaginarse lo que sucede en el alma de alguien que es bautizado? No sólo la limpia Dios sino que la inunda de su Presencia Santísima. Dios la dispone de tal manera que Él se siente feliz en esa alma. Y esa Presencia divina está llamada a afianzarse y crecer.
Insisto: en vez de celebrar nuestro cumpleaños, deberíamos celebrar nuestro Bautismo. O celebramos los dos...
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