"¿Ya todos tienen su número?" Yo faltaba. Estábamos en una reunión de familia en el Seminario el 11 de julio, fiesta de San Benito. Los alumnos habían organizado una rifa. Adquirí mi número justo antes de la rifa.
"Número 11", dijo el que sacó los números. "¡Yo lo tengo!", exclamé. Era el primero en ganar, y me regalaron un ejemplar simpático del libro "El Principito" de Antonine de Saint-Exupéry. ¿Lo han leído? Será la segunda vez que lo lea.
Como lo dice el autor, este libro es para los niños, y los que piensan como los niños. Es simpatiquísimo, lleno de ingenuidad y sentido común -el menos común de los sentidos-.
En el capítulo 4 se habla del planeta de procedencia del Principito. El autor argumenta sus ideas sobre este tema. Pero me ha llamado la atención un hecho que, lamentablemente no sólo puede suceder sino que sucede. A veces, por la procedencia de la persona que propone una brillante idea, no se le pone atención; pero, si viniera de otra persona semejante, pero procedente de alta alcurnia, entonces sí le harían caso. Así me lo comentó un amigo recientemente.
¿Pesimismo? No. Es sólo posibilidad de advertencia para nosotros, para que no lo propiciemos. Me da mucha alegría que para Dios todos somos importantes, todos valemos por lo que somos.
Tengo poderosas razones para creer que el planeta del cual venía el Principito era el asteroide B
612. Este asteroide ha sido visto sólo una vez con el telescopio en 1909, por un astrónomo turco.
Este astrónomo hizo una gran demostración de su descubrimiento en un congreso Internacional
de Astronomía. Pero nadie le creyó a causa de su manera de vestir. Las personas mayores son así.
(...) Entonces el astrónomo volvió a dar cuenta de su descubrimiento en 1920
y como lucía un traje muy elegante, todo el mundo aceptó su demostración.
Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su
número, es por consideración a las personas mayores.
A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les
habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar:
"¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?" Pero en cambio
preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?"
Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una
casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a
imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: "He visto una casa que vale cien mil pesos". Entonces
exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!"
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