miércoles, 30 de enero de 2013

El sacerdote debe estar enamorado


     Durante estos días estamos compartiendo unos momentos con el P. Emilio González, quien está predicando los días de retiro a los seminaristas. Personalmente, estoy aprendiendo de su saber y de su modo de ser.
     En la Misa que concelebré ayer, le escuché en la homilía un dato importante que me cuestiona también a mí:
     Con conocimiento, contó que a la Congregación para el Clero llegan anualmente unas 700 peticiones de sacerdotes que quieren abandonar el ministerio. Son demasiados.
     Lo sorprendente es que la causa mayor de deserción, como cabría suponer, no es la dificultad de vivir el celibato sino la falta de vibración en su vida espiritual.
     Cuando el sacerdote ya no reza, o no hace bien su oración, o cuando ya no vive de la Misa; cuando ya no se confiesa o abandona la dirección espiritual, el sacerdote pierde el rumbo, pierde el sentido de su existencia y de su trabajo.
     En definitiva, el sacerdote se vuelve un funcionario, alguien que tiene un horario y que cumple con una función.
     Quiero poner los pies en la tierra y, con esta alarma, enamorarme más de Dios y de mi vocación.
     Tú, por tu lado, colabora a  la fidelidad de los sacerdotes rezando por ellos, ahora.

4 comentarios:

  1. Si de algo estoy orgulloso, estando en Roma, es que he aprendido y me han hecho enseñar lo que es necesario vivir. Lo aprendi no precisamente en Roma sino en mi Seminario.

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    1. Y eso es lo que intentamos seguir enseñando. La formación nos incentiva a ir por delante nosotros, a los que nos han puesto en este maravilloso trabajo de la formación. Gracias por el comentario, P. Tomás.

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    1. Gracias por enseñarnos precisamente eso, P. Ángel. Saludos desde Guatemala.

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