Estamos celebrando la solemnidad de la Anunciación del Señor, la Encarnación del Hijo de Dios en las Purísimas entrañas virginales de María.
Con relato tan sencillo, y también con desarrollo tan sencillo, sucede el hecho más grande de nuestra grande y pobre, a la vez, historia humana: una mujer –casi una niña– pronuncia un Fiat (“hágase”, “sí”), una respuesta de la que, como dice bellamente san Bernardo, toda la creación, el cielo y la tierra, está pendiente.
Éste es nuestro Dios maravilloso que obra la redención con suma “naturalidad”, conjugando armónicamente lo humano y lo divino, sin estridencia alguna.
Una digna actitud nuestra ante tal milagro puede ser el “maravillarse”, sorprenderse, no acostumbrarse. Tanto la teología como la piedad han de sorprenderse y elevar una gran acción de gracias por la obra de la redención.
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