El nombre de Tomás Moro va unido al de Enrique VIII, rey de Inglaterra en el siglo XVI; aquél fue canciller del reino durante el reinado de este rey. Nos ubicamos en los inicios de la Iglesia Anglicana. Habiendo nacido en 1477 derramó su sangre en defensa de la Iglesia y su conciencia el 6 de julio de 1535.
Hoy celebramos en la Iglesia la memoria de Santo Tomás Moro, hombre “de mundo”, pues, usando los dones que Dios le había concedido, sirvió en las labores diplomáticas y de gobierno. Es, pues, un político modelo. A él encomiendo los políticos de nuestro país y de todo el mundo.
Tiene varios escritos; uno de los que ha hecho mucho provecho a las almas –personalmente, lo aprecio mucho– es “La Agonía de Cristo”: recomiendo su lectura. De entre sus hijos destacó Margarita, que llegó a tener tanta cultura que, dicen, entendía muy bien a su padre y, a la hora de escribir, escribía como él.
En una de sus cartas, escrita en la cárcel a su hija, rubrica: “Aunque estoy bien convencido, mi querida Margarita, de que la maldad de mi vida pasada es tal que merecería que Dios me abandonase del todo, ni por un momento dejaré de confiar en su inmensa bondad. Hasta ahora, su gracia santísima me ha dado fuerzas para postergarlo todo: las riquezas, las ganancias y la misma vida, antes que prestar juramento en contra de mi conciencia; hasta ahora, ha inspirado al mismo rey la suficiente benignidad para que no pasara de privarse de la libertad (y,, por cierto, que con esto solo su majestad me ha hecho un favor más grande, por el provecho espiritual que de ello espero sacara para mi alma, que con todos aquellos honores y bienes de que antes me había colmado)”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario