¿Acaso Dios no puede llamar a quien quiere? ¿Tendría que pedirle permiso a los fariseos, que estaban al acecho de sus palabras y sus acciones? ¿Ellos tendrían que dar la aprobación de los aptos –según sus criterios–? Según sus criterios, ¿puede Dios fijarse en un pecador como ese publicano?
Menos mal que Dios no piensa como los hombres, y no hace acepción de personas como lo hacemos los hombres. Menos mal que no se deja llevar por el “qué dirán” los demás. Menos mal que Dios es Dios.
Otro punto es lo que le habrá tocado a Mateo reponer de lo que se habría apropiado injustamente, gracias a su mal afamada labor de la recaudación de los impuestos. Me parece que sin mucha dificultad, al encontrarse con Jesús, podrá aplicársele lo que dijo Zaqueo: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” (Lc 19,8).
Nos alegramos de la correspondencia de San Mateo (“Matana” significa “don”), pues, así, la Iglesia ha llegado a tener una de sus columnas y uno de los evangelios con que nos acercamos –y, en consecuencia, le amamos– a Jesucristo, nuestro Salvador.
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