En mi viaje en carro del día de ayer, me dejó sorprendido uno de esos carros grandes de lujo, que iba delante de mío, que dio paso gentilmente a otro carro que debía cruzar la calle, porque regularmente los que llevan de esos carros no son precisamente modelos en la conducción. En no pocas ocasiones son prepotentes, imprudentes, creyéndose dueño de la carretera: no siempre el tener dinero es sinónimo de tener cultura y virtudes.
Pero, más adelante, otro carro de esos envidiables, se abría camino a base de velocidad e imprudencia, sin utilizar las luces del carro ni respetar las señales de tránsito. Es cierto: la virtud cuesta más que las malas inclinaciones y la debilidad humana.
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