“Éste me es un instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre” (Hch 9,15s.). Éstas fueron las palabras que oyó Ananías sobre Pablo.
Un perseguidor que cambió en ser el más ferviente defensor y predicador de Jesucristo.
Uno de los aspectos de la vida de Pablo que me impresiona sobremanera es lo que sufrió el Apóstol en nombre de Cristo. Es más, amó ese sufrimiento. “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rm 8,35.37).
Otro aspecto es su tozudez santa con tal de ganar almas para Cristo. Ese celo, que ya tenía antes de conocer a Cristo, le movió a evangelizar a los paganos, evangelizar los lugares más remotos, incluso quería llegar al confín de la tierra (cfr. Hch 15,24).
Pero, sobre todo, me impresiona cuánto puede hacer alguien que es humilde (alguien capaz de cambiar) y es fiel a lo que Dios quiere. Sin duda que tenía grandes dones, pero lo principal es que fue fiel a la gracia de Dios.
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