Una conversación a raíz de la Solemnidad de Todos los Santos, en que se lee Mt 5,1-12a:
-¿Cómo dices que quieres ser feliz por ese camino?
-¿Por qué no?
-¿Cómo puedes pensar que alguien puede ser feliz si es pobre, enfermo, hambriento, si le golpean, si le persiguen, si llora? Además, porque lo dice Jesús no es un argumento que el hombre instruido acepte hoy.
-¿Amas a alguien?
-Pues…, creo que sí. A mis padres, un poco a mi novia… (que no se entere). Bueno, por supuesto que amo a Dios.
-¿Qué darías por alguno de ellos?
-Cualquier cosa.
-¿Amor?
-Desde luego.
-Esa es la respuesta: si amas a alguien, las contradicciones de la vida que mencionaste antes se llevan con facilidad. Es más, ese es el camino por el que se gana la FELICIDAD, que es tener a Dios mismo. Esa felicidad de pacotilla que se promociona hoy en el mundo es poca cosa; si entretiene al corazón un momento, luego deja desilusión, tristeza, frustración. Pero aquella FELICIDAD vale la vida, vale la pena sacrificar cualquier cosa. Esa felicidad que se te promete es "para siempre, para siempre, para siempre..." Perdona que te saque ahora una cita de san Pablo, pero incluso retóricamente es impresionante; se refería al Cielo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1Co 2,9). ¿Qué te parece?
-Lo pensaré.