La sencilla escultura de san José que se encuentra en un muro en el Seminario de La Asunción. |
Hoy celebramos en la Iglesia la solemnidad de San José, patrono de la Iglesia Universal, padre de Jesús en la tierra y esposo castísimo de la Virgen María.
Hoy he leído en el diario El Periódico una columna de un tal señor Blum, que en dos párrafos mezcla lo que dicen los Apócrifos, la creencia popular, los evangelios y su propia interpretación, dando una figura de san José que hiere un tanto las sensibilidades piadosas. Esa descripción es sólo el preámbulo de su tema: el trabajo, aunque se refiere a él como una maldición de la existencia del hombre.
Perdón por la digresión. Prefiero ver a san José como un hombre normal, un gran hombre que se sabe en la mirada de Dios, a quien le fue encomendada la gran responsabilidad de ayudar al Hijo de Dios a que cumpla su misión de redimir a todos los hombres. Sin una vida brillante a los ojos de los hombres, vive su vida en plenitud de gracia y de alegría en la vida normal.
Hoy meditaba en una faceta concreta de la vida del santo Patriarca: la sensibilidad espiritual que tuvo para conocer la precisa Voluntad de Dios sobre su vida y la de los que estaban a su cuidado. Debió estar muy atento a lo que Dios quería que hiciera, aunque costara.
Encomendamos a este santo Patriarca el cuidado de la Iglesia y de las vocaciones, las que están en el Seminario ahora y los que vendrán -incluido el que me llamó por teléfono hace un rato y tiene inquietud de seguir al Señor por este camino-.
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