Foto con fines figurativos. |
El niño estaba en el área de cuidados especiales. Ingresamos al área los padres del niño y yo: nos pusieron bata, pues es una zona restringida. Los padres estaban afectados, por supuesto.
Celebramos el rito de bautismo pero con cierta agilidad, pues no podíamos permanecer mucho tiempo allí. Derramé sobre la cabeza del niño apenas unas gotas de agua. Bautizamos al niño con el nombre de José Emmanuel. A los padres exhorté para que confiaran en Dios y que la fe, en tales circunstancias, siempre es un punto de apoyo fuerte. En efecto, quien me acompañaba me comentó que la madre del niño asistía a la iglesia con regularidad: de hecho, el padre estaba más conmocionado que la mamá.
Al terminar de bautizar al niño, casi despidiéndome, le comenté a una de las que atendía, no sé si médico o enfermera, señalando a uno de los niños: "Se ve muy mal. ¿Qué posibilidad tiene de sobrevivir?" Me dijo: "sólo un milagro lo puede salvar". Entonces me aventuré a preguntar si podía bautizarlo, en vistas de que podía morirse. Al punto se acercó una compañera y ambas me dijeron: "aprovechando, allá también tenemos otro que necesita el bautismo".
Bauticé al primero, recién nacido, a quien le puse el nombre de José, pues no tenía nombre asignado. Al bautizar al segundo, le pregunté a ambas asistentes: "Hoy celebramos a los Santos Arcángeles, ¿qué nombre creen que podríamos ponerle?" Como si se hubieran puesto de acuerdo, al unísono, dijeron: "¡Gabriel!"
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