La verdadera sabiduría viene de Dios y Él la da a quien se la pide (cfr. 1R 3). La sabiduría, al venir de Dios, no pretende sino conducirnos a Dios. Además, siguiendo la mentalidad del apóstol Santiago, cuya carta estamos leyendo en la primera lectura de la Misa, no se queda en la teoría y en las buenas intenciones, sino en la práctica.
"¿Hay alguno entre vosotros sabio y entendido? Que lo demuestre con una buena conducta y con la amabilidad propia de la sabiduría. Pero, si tienen el corazón amargado por la envidia y las rivalidades, no anden gloriándose, porque sería pura falsedad. Esa sabiduría no viene del cielo, sino que es terrena, animal, diabólica. Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera" (St 3,13-18).
Dice San León Magno: "La sabiduría cristiana no consiste en la abundancia de palabras, ni en la sutileza de los razonamientos, ni en el deseo de alabanza y gloria, sino en la verdadera y voluntaria humildad que nuestro Señor Jesucristo, desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz, eligió y enseñó como plenitud de fuerza" (Sermón 37).
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