Ayer fui a renovar mi licencia de conducir, porque ya se había pasado alguna semana de vencerse. Volví a recordar mis tiempos de “quetzalteco” en el año 1992.
Además de la agilidad con que me tramitaron el nuevo documento, me admiré mucho del orden con que íbamos llegando los interesados.
A las ocho de la mañana ya habían algunos haciendo una fila para hacer algún trámite. La fila no crecía demasiado ni menguaba del todo. Alguna vez lo he pensado: ¿y si todos decidiéramos, también sin ponernos de acuerdo, llegar a las ocho de la mañana? ¿Y si los 500 que debían llegar durante el día llegáramos a última hora? Pero no: cuando terminamos y nos venimos, se quedaron a los que les tocaba...
Lo mismo, con el millón de vehículos que se mueve por la capital: ¿y si confluyeran por la misma calle todos?
En fin, ¿y si Dios “se durmiera” y nos dejara tender al caos al que solemos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario