Después del fervor patrio de los días
anteriores, oportunidad que aprovechamos para descansar un poco, hemos
comenzado en el Seminario el último tirón del año académico, que culminará en
octubre. Pero, personalmente, lo he estado viviendo con frenesí debido a que se
me ha acumulado el trabajo, intentando adelantar algo de los próximos días.
El día 15 de septiembre, lunes, tuve la
oportunidad de visitar a unos amigos en San Martín Jilotepeque, yendo a uno de
los parajes, atendiendo la invitación de hablar públicamente sobre la familia
en el acto cívico de la escuelita.
Me comentó uno de los sacerdotes amigos
que no se acostumbra tal “discurso” en medio de un acto que suele ser más de
honra “a la patria” que al mismo público. Es cierto. Esta fue una ocasión
singular en la que la directora del plantel aprovechó la ventaja.
Además, ¿pueden imaginarse a un sacerdote
plantado ante el público en un acto cívico, totalmente “laico”? Pues, no hablé
de religión —aunque argüí que enseñarle a los niños a temer (amar) a Dios les
ayudaría a llegar a ser mejores ciudadanos—; sí del hombre, de la familia y de
la educación de los hijos.
Después me reuní con la familia —con los
que pude— para compartir el escaso tiempo de descanso que me quedaba. Muy
feliz.
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