Estaba haciendo mi lectura espiritual con
el libro “Señor, ten piedad” de Scott Hahn. Me ha sucedido, como en otras
ocasiones, que sabes una cosa, pero hace falta que te la concreten en palabras.
En esta ocasión se trata de por qué Dios quiere que nos confesemos.
¿Acaso no sabe Dios cuáles son mis pecados? ¡De sobra! ¿Entonces?
Hay tantos ejemplos en la Sagrada
Escritura. Está el de Adán (Gn 3,11)
y el de Caín (Gn 4,9-10). Dios hace
las preguntas para ayudar a que nos confesemos, no tanto porque no sepa los
pecados.
Confesar nuestros pecados nos ayuda a
sacar lo que tenemos de malo dentro, nos ayuda a ser humildes, nos ayuda, en
fin, a arrepentirnos de nuestras “metidas de pata”. Todo esto hay que hacer
cuando uno se va a confesar sus pecados ante el sacerdote.
Y ¿por qué ante un sacerdote? El hombre
necesita de signos y símbolos. Jesucristo, pensando en nosotros los pobres
hombres que necesitamos de signos, instituyó un sacramento para el perdón de
los pecados y la necesidad de acudir a él para hacer tangible, sensible, que ha
sido perdonado.
Además, Cristo delegó en los sacerdotes su
poder de perdonar, pues sólo Dios puede perdonar pecados (cfr. Mc 2,7). Por
esto es que vamos a confesar nuestros pecados ante el sacerdote.
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