Esta foto está tomada en la iglesia de Santiago Atitlán. |
Ayer volví de Santiago Atitlán, después de mi viaje al volcán. Pero, hoy he vuelto allá, vía lacustre, para echar una mano a mis hermanos sacerdotes, celebrando una Misa, ya que estaban desbordados. No sólo por la fraternidad sacerdotal, sino también por la hospitalidad que han tenido con nosotros, con gusto he ido. Me llevó la mañana en este menester.
Una de las manifestaciones de la piedad de los feligreses de Santiago Atitlán es la piadosa y numerosa participación que tienen en la Santa Misa. Pero siempre me ha resultado simpático y edificante la candidez y confianza de los niños que, cuando el sacerdote entra en la iglesia en procesión, los niños se le pegan: toman la mano del sacerdote -cuantos pueden tocarle, apiñados en las manos- y lo acompañan hasta la entrada del presbiterio. ¡Qué buena compañía que ayuda a introducirse en la celebración eucarística! Un tanto igual hacen al terminar la Santa Misa, al volver a la sacristía.
Esto fue lo que viví en la mañana, entre otras cosas. Además, siempre he disfrutado de viajar en lancha atravesando el Lago. ¡Qué maravilla la que tenemos aquí, que podemos disfrutar con cierta facilidad!
Por la tarde, después de saludar al Obispo y a los padres de los seminaristas, que han estado aquí en nuestra casa de formación en este "Día de las Familias", he ido a celebrar la Santa Misa en la EFA, Escuela de Formación Agrícola para jovencitos que estudian Básico y Diversificado. Esta EFA se sitúa en las afueras del pueblo de Sololá y es uno de los centros en donde los seminaristas hacen pastoral.
Han participado más de treinta muchachitos y se ha confesado la mayoría. He visto la necesidad que tienen de Dios. Con el profesor encargado, y muy apostólico, hemos convenido hacerlo con frecuencia. Hay, además, un grupo de muchachos que quieren hacer la Confirmación y se están preparando con sus catequesis.
Siempre hay trabajo. ¡Qué bueno! Dios nos ayude para hacer el bien siempre, en todas partes.
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