Recientemente conversaba con una amiga que trabaja como enfermera. Me comentaba:
En una ocasión vi entre un grupo de mujeres, que esperaban turno para hacerse la operación en aquella clínica de la mujer -pueden suponer qué tipo de "operación"-, a una mujer joven, de unos 21 años. Al verla la llamé aparte y le pregunté el por qué se iba a operar. Ella comentó su preocupación de quedar nuevamente embarazada, considerando que era soltera y que ya tenía un hijo.
Traté de razonarle -siguió reseñando- que era muy joven para tomar una decisión tan trascendental; quizá se casaría después y el esposo le reclamaría la imposibilidad de tener hijos.
Tiempo después -seguía comentando- la encontré y me contó que se había casado, pero que el esposo la había estado maltratando porque no podían tener hijos. Le sugerí que se hagan ambos los exámenes para ver qué estaba pasando. Después de tomar cierto tratamiento, pudieron tener hijos.
Yo, por mi parte, estaba muy contenta y satisfecha de haber servido a salvar esa situación, de haber sido un instrumento de Dios.
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