domingo, 5 de febrero de 2017

Eres sal, eres luz...

Esta vida y colores no se distinguen en la oscuridad.
     "Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo"... Hemos escuchado esta exhortación del Señor en las lecturas de la Misa de hoy, V Domingo del Tiempo Ordinario (Is 58,7-10; Mt 5,13-16).

     La sal sirve para dar sabor y para conservar de la corrupción las cosas, en la historia de la humanidad se han comprobado estos usos. La luz da vida, ilumina la existencia; ¿qué sería de la naturaleza sin la luz del sol, cómo sería nuestra existencia? El calor del sol llega hasta el corazón cuando sale por el Oriente y le da vida e intensidad a la vida.

     Tanto la sal como la luz no existen para sí sino para los demás: para dar sabor a los alimentos, para que las demás cosas se vean. Esto es lo que el Señor quiere que hagamos, que pensemos cómo podemos ayudar a los demás.

     Pero la facultad de dar sabor o de iluminar no proviene de nosotros, viene de Dios. Podremos iluminar y dar sabor a los demás y nuestro entorno si estamos unidos a Dios: el sabor y la luz que nos ayude a ver de que nuestra vida aquí en la tierra tiene un objetivo y un fin (Dios), de que esto material no es solo material, que tiene dimensión sobrenatural (es decir, que todo remite a Dios).


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