Ayer tuve la oportunidad de celebrar tres veces la Santa Misa. En las tres ocasiones me impusieron la ceniza. Cada celebración tuvo su peculiaridad, sobre todo por el lugar en que me tocó hacerlo: en una sala para los trabajadores de la SAT -hubo muchos participantes-, en un convento de religiosas, y en la comunidad de Ciénaga Grande, una aldea del municipio y parroquia de San José Pinula.
No sé si fue el lugar o el cansancio -haciendo un esfuerzo, con paz y devoción, de vivir la Santa Misa, como queriendo saborearla-, en esta última celebración, que fue a las ocho de la noche, me calaron las palabras que le escuché al que me impuso la ceniza. Las escuché en lo más profundo: "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás". Y era la tercera vez que la escuchaba en el día... Traté de hacer lo más sincero posible un acto de entrega al Señor.
Romano Guardini -en su libro "Signos Sagrados"- deduce que la ceniza, en esta celebración, significa caducidad, nuestra caducidad, mi caducidad. Es decir, que mis cosas, ¡yo mismo!, acabaré por desaparecer...
¿Pesimismo? No. Sano realismo. En la Iglesia, recordamos, no nos endulzan el oído, no estamos en Ella para escuchar lo que nos gusta sino lo que necesitamos hacer. El Señor, con su gracia, nos ayude a recorrer este desierto cuaresmal.
Con este espíritu comenzamos la Cuaresma.
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