“Somos peregrinos en esta vida”, nos han dicho los sacerdotes en tantas ocasiones, y que no tenemos morada perpetua aquí. Pero, ¡cómo cuesta un cambio! No le falta razón al P. Ángel María en su comentario sobre los cambios parroquiales y de los párrocos.
Tengo el gusto de una nueva experiencia, aunque se va asumiendo poco a poco: cambiar de vivienda de un año a otro. Si antes vivía con muchos sacerdotes –éramos doce–, ahora seremos nada más cuatro. Desde luego, nueva experiencia y nuevas espectativas, sobre todo para el mutuo enriquecimiento sacerdotal para los que ahora vivimos en la nueva casa.
¿Cuánto tiempo me ha costado recoger mis cosas de la anterior casa y llevarlas a la actual? La respuesta se la dejo a la imaginación de cada uno. Eso sí, siempre me sucede lo mismo: antes de marchar a un nuevo sitio, tengo que tirar muchas cosas, cosas que en un momento dado dije que podía servir: papeles, bolígrafos, cajas, ropa… Podemos enumerar una lista más larga.
Nos damos cuenta que al final, esas cosas son, hasta cierto punto, supérfluas, y que podemos vivir sin ellas.
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