¿Te has imaginado cómo vive un ciego, en qué consiste su mundo? Dicen que cuando un sentido falta, los demás se potencian y son más sensibles.
Un ciego no distingue los colores; no puede ver la belleza de un paisaje y recrearse en él; no puede valorar y apreviar una pintura; no puede “ver” el rostro de una persona, ni siquiera de una persona amada. Para un ciego, la noche es igual que el día. ¿Le has agradecido a Dios que puedes ver?
Nuestra ceguera
Pero nuestra ceguera no es como la de Bartimeo porque la nuestra consiste en no trascender las cosas, no vemos más allá de lo que nuestra miopía nos deja percibir. ¿Te diste cuenta, mientras abrías los ojos esta mañana, que Dios estaba junto a ti y que te estaba viendo con amor? ¿Te has recordado de Él mientras desayunabas? ¿Cuántas veces le has dicho hoy que le quieres, y que quieres quererle de verdad?
Es Cristo que pasa, que pasa junto a nuestro lado y pregunta por nosotros, y si estamos atentos a oírle, puesto que los ojos del alma no le perciben, Él puede curar nuestra ceguera.
La oración
¿Que te dicen tus amigos que no reces, como intentaban callar a Bartimeo? No les hagas caso. Quizá tus familiares y/o amigos se burlan de ti porque haces oración, dicen de ti que eres tonto y dirículo, que no estás a la moda, que rezar es para mujeres y para débiles. Son unos brutotes que se han quedado en lo que sus pobres sentidos embotados les regalan. No les hagas caso. Si le hablas a Jesús y crees que no te oye, ¡clámale, grítale!, como Bartimeo. No repares en la túnica que dejas sino en lo que ganarás: ganarás a Cristo.
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