Me ha llegado un mail largo en el que María –escribo este nombre común porque con su nombre podría reconocérsela– me cuenta que es criticada y culpada por cosas que no ha hecho.
Me escribe: “A quien me contó lo que decían de mí, le dije que estoy segura de que Dios me va ha juzgar por todas las cosas malas que he hecho; pero sé que cuando esté delante de Dios entregando cuentas seré recompensada por esas cosas malas de que me juzgan y que no son ciertas, mi conciencia está tranquila”.
En una ocasión comentó la Madre Teresa, que su reacción primera ante una desgracia es una indignación total, una cólera involuntaria, principalmente cuando la causa de la desgracia se encuentra en personas sin escrúpulos. Sin embargo después recapacitaba y dirigía la mirada a Dios y a los hombres.
Un tanto igual me sucede cuando alguien habla mal de otra persona. No sólo cuando es una mentira, sino también cuando es verdad (maledicencia). ¡Qué fácil es dejar escapar una palabra y cuánto mal puede hacer!
Esto trae a mi memoria aquella anécdota de una mujer que se fue a confesar de haber criticado a alguien. El confesor le dijo que subiera al techo de su casa y que con un cuchillo rasgara una almohada de plumas y que luego volviera. Habiendo cumplido la “misión”, se presentó nuevamente ante el confesor y éste le dijo que fuera nuevamente y recogiera todas las plumas de la almohada. “¡Eso es imposible! -le contestó-, se las ha llevado el viento”. Así es una crítica: la lanzas y después no la puedes recoger.
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