Maravillosa narración la del cuarto evangelio, sobre la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45). La liturgia nos va encaminando paso a paso a la celebración de la Pascua del Señor. Me he fijado, y lo he precisado en la homilía de la Misa de este domingo, en las tres veces que se habla de la muerte en este pasaje.
Signo de valentía es la frase del “Mellizo”, es decir, de Tomás: “vayamos también nosotros y muramos con él” (11,16b). Se habían encariñado tanto –y también le habían creído hasta cierto punto– de Jesús que quieren morir con él. Pero, como nos puede suceder también a nosotros, muchas veces se queda en la intención y no pasa de ahí.
Luego se habla de la muerte de Jesús. Dicen los especialistas que el evangelista pone al inicio de su escrito el relato de la purificación del templo (2,13-25), un relato que en los otros evangelios desemboca y provoca la pasión del Señor, porque una de sus principales temas es la Pasión del Señor. De hecho, el ambiente que da a entender la lectura del evangelio según san Juan es el de la persecución que sufre el Señor por parte de las autoridades judías.
La tercera muerte de la que se habla en el relato del que hablamos es la de Lázaro, la muerte natural de un ser humano, del que se sirve nuestro Señor para dar a conocer su ser y su misión.
A la muerte sucede la resurrección. Lázaro, entonces, murió nuevamente. Ahora, como todos los que mueren, espera –con esperanza sobrenatural– la resurrección final, a semejanza de la de nuestro Hermano Primogénito, nuestro Señor Jesucristo.
En la vida hay tantas cosas que no entendemos –por ejemplo, cómo Jesús permite la muerte del amigo, teniendo poder para que no suceda–. Hay que confiar, porque Él sabe más.
no te explica nada de la resurreccion de lazaro
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