Resulta enigmático, hasta cierto punto, cómo al Papa no le den la bienvenida todos sus connacionales. Su figura es controvertida: hay quienes están orgullosos de él y le escuchan con devoción, y hay otros que “no le quieren ver ni en pintura”.
Es envidiable la claridad con que habla; es semejante a un buen médico que dan un diagnóstico y unas prescripciones exactos. El Papa habló a los judíos, a los musulmanes y protestantes; a los jóvenes, a los obispos, a los políticos, a todos en general. Siempre maravilla su altura intelectual –y también de fe– y su capacidad para dialogar en su idioma con públicos tan divergentes, teniendo en cuenta lo que me comentó un sacerdote hace algunos días: que a muchos alemanes tan intelectuales sólo ven en el Papa a un pensador más.
Fue muy sugerente en sus mensajes. Por ejemplo, antes de despedirse de su Alemania natal, el Papa se reunió con las asociaciones católica que trabajan en la sociedad civil. Se llevó a cabo el acontecimiento en el espectacular palacio de conciertos de Friburgo. Advirtió a los presentes que, para dialogar con el mundo en las circunstancias actuales, no podía pretenderse sacrificar la fe de la Iglesia. Éste es un extracto de su mensaje:
Desde hace decenios, asistimos a una disminución de la práctica religiosa, constatamos un creciente distanciamiento de una notable parte de los bautizados de la vida de la Iglesia. Surge, pues, la pregunta: ¿Acaso no debe cambiar la Iglesia? ¿No debe, tal vez, adaptarse al tiempo presente en sus oficios y estructuras, para llegar a las personas de hoy que se encuentran en búsqueda o en duda?
A la beata Madre Teresa le preguntaron una vez cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: usted y yo.
Este pequeño episodio pone de relieve dos cosas: por un lado, la Religiosa quiere decir a su interlocutor que la Iglesia no son sólo los demás, la jerarquía, el Papa y los obispos; la Iglesia somos todos nosotros, los bautizados. Por otro lado, parte del presupuesto de que efectivamente hay motivo para un cambio, de que existe esa necesidad. Cada cristiano y la comunidad de los creyentes están llamados a una conversión continua.
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