— ¿Qué hago, padre?
— Lo que quieras.
— Lo que me detenía era mi mamá, pues sólo yo
podía ayudarla. Ahora que la situación se ha ido arreglando, pues mis hermanos
son más responsables en cuanto a ayudarla, no tengo excusa.
Después de argumentarle que Dios podía
estarla llamando a la santificación del mundo, de la familia y el trabajo,
aunque era como estarla probando, dijo:
— No, padre, Dios me llama a ser religiosa. Pero
no sé a dónde.
— Está bien. Ya veremos a dónde te abocarás. Antes
has de empeñarte en tener más trato con Dios. ¿Puedes imaginarte que Dios pueda
decirte Su Voluntad si tú no le dedicas tiempo a tratarle, a escucharle? Cuida,
entonces, hacer un buen rato de oración diaria, visitar a Jesús en el Sagrario,
leer cada día un poco el Evangelio, confesarte cada quince días...
Ya sé que ya hace algo, pero ahora vamos más en serio. Estoy encomendando a esta alma ahora,
amiga de hace años.
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