A sólo diez años de la conquista de
Tenochtitlan, en 1531, la Virgen María se apareció a Juan Diego
Cuauhthatoatzin. Iba él, a temprana hora, a su clase de catecismo, caminando 14
kilómetros. ¡Cómo me alienta este esfuerzo de tantos cristianos, de entonces y
de ahora, que se toman en serio su fe! La figura de la Virgen es enternecedora,
además de celestial. El 12 fue la “impresión” de la imagen en el ayate de Juan
Diego.
Son consoladoras las palabras de la Virgen
a Juan Diego. Debe inspirarnos confianza.
“Sabe y ten por seguro mi hijo mío, el más
pequeño, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios,
Aquel por Quien vivimos, de El Creador de personas, de El Dueño de lo que está
Cerca y Junto, del Cielo y de la Tierra. (...) Porque yo soy vuestra Madre
misericordiosa, de ti y de todos los hombres que me amen, los que me hablen,
los que me busquen y los que en mí tienen confianza”.
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