"Inmaculada Concepción" de Juan Antonio de Frías y Escalante. |
El pueblo cristiano se alegra exultante en
esta celebración de la Inmaculada Virgen María, la “llena de gracia”, la tota pulchra, la panagia (toda santa). No han cabido en ella, por especial gracia de Dios, ni
el pecado original ni un pecado personal.
Felicitémonos, pues, por esta fiesta de
nuestra Madre Santísima. ¡Felicitemos a María!
El Catecismo (nn. 491-492) nos instruye de
esta manera:
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María
"llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su
concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado
en 1854 por el Papa Pío IX:
...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de
toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo
Salvador del género humano (DS 2803).
Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que
ella fue enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56),
le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime
en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha
"bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en
Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha elegido
en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su
presencia, en el amor (Cf. Ef 1, 4).
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