Todos necesitamos un rato de sosiego para
centrarnos en lo verdaderamente importante en la vida, en Dios. No me negarán
que todos ―cristianos de a pie― necesitamos ese tiempo,
especialmente en momentos cruciales.
Cada mes suelo predicar, aquí en Sololá,
un retiro a un grupo de muchachas que luchan por responder a Dios en la vida
que llevan. Veía en ellas la ilusión de querer mejorar en su vida cristiana.
¿De qué les hablé hoy? En la meditación, al
hilo de las lecturas de la Santa Misa, les hablé de la lucha interior ―nuestra
vida es lucha constante por la fidelidad a Dios― y de “tener fijos los ojos en
Jesús”, nuestra meta. También les hablé de la tibieza como enfermedad del alma,
que nos inhibe y engulle, que nos sumerge en la pereza espiritual de no querer
luchar, de no querer mejorar en nuestra entrega a Dios.
Quizá fui, por momentos, demasiado
directo. Pero, en tiempo de retiro, viene bien. ¡Cómo me lo agradecieron al
final!
Si preparé el retiro con mucha oración,
ahora lo seguiré haciendo para que la semilla que se plantó en su corazón pueda
germinar, crecer y dar buenos frutos con los que Dios se contente.
La verdad, doy por bien empleado este
tiempo y el pequeño esfuerzo puesto. Dios lo multiplicará.
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