Estaba, hace un momento, arrodillado ante
el Santísimo Sacramento, expuesto en día Jueves para la adoración. Aunque tuviera
ojos sólo para Jesús en la Custodia, no podía dejar de ver a los circunstantes.
Sí, vi a un seminarista concreto, con su piedad eucarística. También escuché a
un par cantar, ayudando a hacer ese rato de oración: uno ejecutaba la guitarra
y el otro acompañaba con la voz.
Así, en cualquier lugar en que estuve hoy
—en
el aula de clase, en la cancha de futbol, en la calle, en la capilla, en el
comedor…— había varios que compartían estas mismas actividades, pero con su
misma existencia. También me ponía a pensar en algunas personas que están lejos
y/o ya no están aquí en el Seminario y las encomendaba.
En fin, cada uno con su propia
experiencia, con sus virtudes y defectos. Hoy, pues, me resultó inevitable recordar
aquella obra de Juan Antonio Vallejo Nájera: “Concierto para instrumentos
desafinados”…, y pensé en nosotros. Muchos pueden pensar que, en verdad, los que estamos "encerrados" en el Seminario durante bastante tiempo nos parecemos a aquellos protagonistas de las historias del psiquiatra Vallejo Nájera. Y no les faltaría cierta razón... Pero, con gusto y con el amor de Dios que intentamos poner a nuestro trabajo, aquí estamos...
Con el esfuerzo de cada uno, Dios
mediante, este concierto tan desafinado y desaguisado sea agradable a Dios. Con
tan buen director de orquesta, aunque a veces incluso tengamos una cuerda menos
o la boquilla de este instrumento de viento ya esté gastado, o aquella baqueta
remendada…, aquí van desgranando las notas desafinadas agradables a Dios.
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