La imagen que pongo, que habrán visto en alguna ocasión, representa a San José, dormido, después de un arduo trabajo. Así quiero ir a descansar dentro de unos momentos. Este imagen, según nos han contado, es la que el Papa Francisco tiene en su dormitorio, en Casa Santa Marta. Cuentan del Papa que, cuando tiene asuntos importantes pendientes, que le quitarían el sueño a medio mundo, se los encomienda a San José, en esta imagen suya durmiente, y se duerme él tranquilo.
Hoy celebramos a San José Obrero, cuya fiesta fue instituida en 1955. Es una fiesta que quiere recordar el valor humano y sobrenatural del trabajo, ofrecido a Dios.
Cuando predicaba a las muchachitas del Aspirantado de las Hermanas, que laboran junto al Seminario, les pregunté, recordando aquel razonamiento de San Josemaría: "¿Cuál trabajo será más grato a Dios: el trabajo de la Superiora de un convento o el de una Hermana, la que barre en un rinconcito por donde nadie pasa?" Se lo pregunté y me dieron una respuesta más o menos encaminada. San Josemaría habría dicho que, de los dos trabajos, el más grato a Dios es el que se hace con mayor amor.
A los ojos humanos, el trabajo de san José no fue trascendental, que haya cambiado el curso de la historia con sus determinaciones. Hizo sillas, mesas, reparación de muebles, casas..., un poco de todo. Pero trató de hacer bien su trabajo. Además de trabajar para conseguir el sustento diario para Jesús y la Virgen, también formó al Verbo encarnado para que cumpliera con su misión salvadora. Ahora es patrono de la Iglesia.
Sí, Dios no juzga y no ve como los hombres: si es honrado, cualquier trabajo es digno, desde el de un dirigente de estado hasta el más sencillo y manual que pueda haber; el más grato será el que se hace con amor y servicio a Dios y a los demás.
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