Ayer, en la Misa (Domingo XIII TO - B) escuchamos que "Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes" (Sabiduría 1,13). También leímos cómo Jesús resucitó a la niñita de 12 años, hija de Jairo (cfr. Mc 5,21-43). La ocasión fue propicia para exhortar a cuidar la vida, a los enfermos, la salud y rezar por los difuntos, para que después recen también por nosotros.
Justo estos días estoy leyendo un libro de María Vallejo-Nágera, titulado "Entre el Cielo y la Tierra", que trata de "Historias curiosas sobre el Purgatorio". La escritora se dirige a un público abierto, en tono coloquial.
En las primeras páginas escribe lo que ya otros autores habían sugerido para una meditación personal: que "según muchas de las revelaciones privadas católicas que he estudiado, el alma del difunto está presente durante su propio funeral, percibe quién ora y quién está distraído y se entristece sobremanera al comprobar que muchos de sus seres más queridos están pensando en el partido de fútbol de esa noche o en lo guapa que ha acudido a la misa la marquesa del Puturrú de Foie. ¡Qué trago tan duro!" (p. 26).
Y sigue... Yo me hice el propósito de ser más consciente a la hora de rezar por los difuntos en el memento de la Santa Misa, además de otros momentos. Qué bien me hace seguir estudiando la Escatología -clase que me toca dar a los alumnos de Teología-.
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