Todos somos débiles, lo admito, pero el Señor ha puesto en nuestras manos los medios con que poder ayudar fácilmente, si queremos, esta debilidad. Algún sacerdote querría tener aquella integridad de vida que sabe que se le demanda, querría ser continente y vivir una vida angélica, como exige su condición, pero no piensa en emplear los medios requeridos para ello: ayunar, orar, evitar el trato con los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas.
Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar o a celebrar la misa, al momento le acuden a la mente mil cosas que lo distraen de Dios; pero éste, antes de ir al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la sacristía, cómo se ha preparado, qué medios ha puesto en práctica para mantener la atención?
Y se pone a dar unas pautas concretas, que nos sirven ahora también a todos, principalmente a los sacerdotes.
Me recuerdo también del consejo de otro obispo santo: sea la prisa que tengas, que no dejes de reservar unos cinco minutos al menos para prepararte a la celebración de la Misa, para ser consciente de lo que vas a hacer en ese momento: celebrar el mismo Sacrificio de Cristo en el Calvario, y actualiza las intenciones por las que lo ofrecerás.
Un tanto igual han de hacer los laicos para aprovechar bien la santa Misa. A todos se nos invita a mejorar un poco más cada día.
Me ha venido luego el recuerdo de una anécdota, una anécdota de esas que no te dicen el lugar ni la fecha ni el resto de protagonistas: el Papa Juan Pablo II se estaba disponiendo a celebrar la Misa, pero no disponía de un lugar para prepararse interiormente. Se arrodilló a media sacristía y se puso en oración, ante la admiración y la lección azarosa general.
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