“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra”. Estas palabras aplicadas a la Virgen, en la víspera de Pentecostés, todavía en el mes de mayo, es buen preámbulo y preparación de tan gran fiesta.
María es figura de la Iglesia y de cada cristiano. En Ella se realiza lo que esperamos que se realice en cada uno.
En la Virgen, el Espíritu Santo encuentra su más digna morada. Las inspiraciones del Divino Huesped tuvieron tal eco en esta alma predilecta que no hizo falta tantas razones para que Ella diera su sí a los requerimientos de Dios. Digna morada del Espíritu Santo, pero luego fue digna morada en la que habitó el Hijo de Dios al hacer su entrada en el mundo.
Alrededor de María se reunen los apóstoles en el Cenáculo, esperando e impetrando la venida del Don del Padre, el Espíritu Santo. Ella se habrá preocupado por reunir a los apóstoles después de la desbandad. Ella, con su maternal preocupación, los buscó y los reunió. Su oración aceleró la venida del Espíritu Santo.
Con ella, le pedimos: Ure igne Sancti Spiritus renes nostros et cor nostrum, Domine: ut tibi casto corpore serviamus et mundo corde placeamus.
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