Esta fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote es especialmente entrañable por este año sacerdotal que estamos atravesando.
Es ocasión propicia para rezar por los sacerdotes de todo el mundo, pero especialmente los más cercanos, a los que tratamos frecuentemente.
Me remueve las entrañas celebrar la Misa propia de esta fiesta, principalmente cuando se impetra de Dios el cuidado y la santificación de los sacerdotes, elegidos por Él como dispensadores de sus misterios: “concede(les) la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido” (oración colecta).
El sacerdocio es un ministerio para los demás, no para uno mismo, a semejanza de Jesucristo, que dijo en la Última Cena: “ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros”.
En el prefacio de la Misa hemos rezado: “Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darle así testimonio constante de fidelidad y amor”. ¡Qué responsabilidad de los propios sacerdotes para ser coherentes con tal exigencia!
Un saludo cordial a todos los sacerdotes. Les hemos encomendado y les seguiremos encomendando.
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