A propósito del evangelio proclamando ayer en la Misa (Mc 6,7-13), del que podría sacarse muchas lecciones, quiero fijarme y comentar una. Se trata de un detalle: El Señor envió a los Doce a proclamar el evangelio…, y los envió “de dos en dos”.
Interpreta San Gregorio Magno (Homilia in Evangelia, 17) que hace referencia al doble precepto del amor: amor a Dios y amor al prójimo. No me convence mucho esta interpretación piadosa.
Resulta más convincente interpretar la expresión por su sentido inmediato; recurriré al libro de Eclesiastés: “más valen dos que uno solo, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo. Si uno cae, lo levantará su compañero; pero ¡ay del solo que cae!, que no tiene quien lo levante” (4,9-10).
He recibido la visita de una persona amiga el domingo pasado. Cada día me convenzo más de la advertencia de Santa Teresa, acerca de la dirección espiritual – yo lo referiría también para los laicos–: que el alma necesita un desaguadero.
Bendito desaguadero el sacerdote, que escucha las penas y las debilidades de tantos, especialmente en el bendito sacramento de la Confesión.
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