"El regreso del hijo pródigo". Bella obra de Rembrandt, pintor holandés del siglo XVII. |
El capítulo 15 del evangelio según san Lucas contiene una de las historias –se le ha dado por llamar “parábola del hijo pródigo”- más bellas que puede genera la diversidad de vivencias humanas. Impresiona la figura del hermano mayor, que tiene el corazón alejado y no vive contento en casa; la figura que ha dado título a la historia, en tantas ediciones, es la del “hijo pródigo”, figura con la que fácilmente nos identificamos en tantos momentos parecidos de nuestra vida. pero la figura del padre de los dos hijos es la que debería centrar la atención del lector: ¡Cuán grandes son la misericordia y el amor del padre que aguarda con esperanza el regreso del hijo perdido y la misericordia con la que perdona!
Nos maravillamos tantas veces del contenido de la narración, pero podríamos considerarla sin más un mito, algo irrealizable. Quizá son muy contadas las ocasiones en que se verifica el milagro, porque es auténticamente un milagro que alguien vuelva de su vida alejada de Dios a una vida comprometida de hijos de Dios. Pero, ¿puede darse?
Si se da el milagro, parece como si fuera un sueño, como sacarse uno la lotería. Y, si se da, el corazón humano es tan inseguro y no se cree fácilmente las cosas que, con cierta frecuencia, con poca fe, nos parece que no va a durar.
Pero, ¿puede darse? Como sacerdote lo he verificado en varias ocasiones, pero hace poco lo he vuelto a palpar, es decir, la experiencia la he visto de cerca. Una persona a la que conozco de mucho, después de una vida impenitente, ha vuelto a experimentar la gracia y la alegría de ser hijo de Dios, y ha vuelto a la práctica cristiana. ¡Tantos han rezado por él y le han ayudado!
Por un lado, al corazón le sale natural dar gracias a Dios por el milagro obrado; por otro, ha surgido el compromiso de mayor fidelidad y de ayudar a este hermano a que sea fiel. Ayúdenme, ustedes, con alguna oración.
Fe, fe, fe. Es la fe la que a veces nos falla. Si alguno necesita un milagro, que se lo pida con fe a Dios que, aunque pasen 18 años –como lo hizo santa Mónica-, Él le dará el premio a su constancia.
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