En este IV Domingo de Pascua, Domingo del
Buen Pastor, quiero enviar una cordial felicitación a todos los sacerdotes,
pastores de almas, que con fidelidad y denuedo se desgastan y ayudan
especialmente en los días domingos.
Además, les invito a rezar por las
vocaciones, como ya es tradición hacerlo en este Domingo, aunándonos en el
clamor a Dios pidiendo trabajadores para Su campo.
El Santo Padre Benedicto XVI ha escrito un
mensaje para la XLIX Jornada de Oración por las Vocaciones, que pueden leer
íntegro yendo a este sitio. El mensaje lleva por título: “Las vocaciones, Don
de la Caridad de Dios”. Les dejo con las palabras pronunciadas por el Santo
Padre antes del Rezo del Regina Coeli en este Domingo.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Acaba de terminar, en la basílica de San
Pedro, la celebración eucarística en la que he ordenado a nueve presbíteros
nuevos para la diócesis de Roma. Demos gracias a Dios por este regalo, ¡un
signo de su amor providente y fiel a la iglesia! Estrechémonos espiritualmente
en torno a estos nuevos sacerdotes y recemos para que acojan plenamente la
gracia del sacramento que los ha conformado con Cristo Sacerdote y Pastor. Y
recemos para que todos los jóvenes estén atentos a la voz de Dios que habla
interiomente a su corazón y los llama a desprenderse de todo para que le
sirvan. A este objetivo está dedicada la Jornada Mundial de Oración por las
Vocaciones de hoy. En efecto, el Señor llama siempre, pero muchas veces no lo
escuchamos. Estamos distraídos por muchas cosas, por otras voces más
superficiales; y después tenemos miedo de escuchar la voz del Señor, porque
pensamos que puede cortarnos la libertad. En realidad, cada uno de nosotros es
fruto del amor: ciertamente, del amor de los padres, pero, más profundamente,
del amor de Dios. La biblia dice: si aunque tu madre no te quisiera, yo te
quiero, porque te conozco y te amo (cf. Is. 49,15). En el momento que me doy
cuenta de este amor, mi vida cambia: se convierte en una respuesta a este amor,
más grande que cualquier otro, y así se realiza plenamente mi libertad.
Los jóvenes que hoy he consagrado
sacerdotes no son diferentes de otros jóvenes, pero han sido profundamente
tocados por la belleza del amor de Dios, y no podían dejar de responder con
toda su vida. ¿Cómo han conocido el amor de Dios? Lo han encontrado en
Jesucristo, en su evangelio, en la eucaristía y en la comunidad eclesial. En la
Iglesia se descubre que la vida de cada hombre es una historia de amor. Lo
muestra claramente la Sagrada Escritura, y lo confirma el testimonio de los
santos. Un ejemplo es la expresión de san Agustín en sus Confesiones, que se
vuelve a Dios y le dice: "¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde
te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera ... Tú estabas conmigo, y yo no
estaba contigo ... Pero me has llamado, y tu grito le ha ganado a mi
sordera" (X, 27.38).
Queridos amigos, recemos por la Iglesia,
por cada comunidad local, para que sea como un jardín regado, donde pueden
germinar y crecer todas las semillas de la vocación que Dios siembra en
abundancia. Oremos para que todos cultiven este jardín, en la alegría de
sentirse todos llamados, en la variedad de los dones. En particular, que las
familias sean el primer lugar en el que se "respire" el amor de Dios,
que da la fuerza interior, incluso en medio de las dificultades y las pruebas
de la vida. Quien vive en familia la experiencia del amor de Dios, recibe un
don inestimable, que da fruto a su tiempo. Que nos conceda todo esto la
Santísima Virgen María, modelo de acogida libre y obediente a la llamada
divina, Madre de toda vocación en la Iglesia.
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