Una de las características de la comunidad
cristiana de Corinto, en la temprana época apostólica, fue la división en
facciones. San Pablo ya denunció el hecho. Larga la cita, pero vale la pena
releerla:
Les conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, a que tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes
divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo
juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes, por los de Cloe,
que existen discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno de ustedes
dice: ‘Yo soy de Pablo’, ‘Yo de Apolo’, ‘Yo de Cefas’, ‘Yo de Cristo’ ¿Está
dividido Cristo?" (1Co 1,10-13a).
No sólo en la época paulina sino también
el Papa Clemente Romano tuvo que escribir a la misma comunidad por el mismo
motivo.
Es que, en la segunda lectura de la Misa
de hoy (1Co 12,4,11), la Iglesia nos invita a ponernos, con nuestros dones espirituales,
al servicio de los demás.
¿Sabes? Sólo cuando buscamos a Dios,
cuando pensamos en el bien de los demás y buscamos ayudarles, es cuando al
corazón le embargará una felicidad que no lo dan las cosas materiales. ¡Y tú la has comprobado!
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