Para Dios no hay casualidades. Aunque los
hombres a veces se la ponemos difícil, siempre busca que nos salvemos.
Ayer, mientras hacía mi entrada a la Ciudad
Capital, el tráfico empezó a correr despacio. Al poco, me di cuenta que un
carril habían bloqueado y el otro se estaba embotellando. Pero vi un cuerpo tendido
en el asfalto.
Recién había pasado me estacioné y bajé
del carro para darle la Unción de los enfermos. ¿Cómo es que ahora sí llevaba
el Óleo de los Enfermos? Incluso, al partir, me recordé que sería bueno
llevarlo.
Recién había sucedido el atropello y no
habían llegado los bomberos a auxiliarlo. Me vieron llegar las dos o tres
personas que estaban con el atropellado y me dijeron que aún estaba vivo. Me
incliné sobre el pobre señor y le dije al oído que se recordara de Dios, que
era sacerdote y que le daría la absolución y la Unción, como de hecho lo hice,
de la forma más breve posible.
Al terminar, todo en un instante, llegaron
los bomberos y se lo llevaron.
¿Qué habrá sido de él? Estaba muy golpeado
y no sé si sobreviviría. Confío en que le haya ayudado mi asistencia
sacerdotal. He hecho el propósito de llevar siempre conmigo el Óleo de los
Enfermos, quizá yo mismo lo vaya a necesitar... Estoy convencido de que a Dios
no se le escapa nada.
Por lo demás, seguimos rezando por el
Santo Padre, ahora más unidos que nunca a él. ¿Especulaciones? De todos lados,
fuera y dentro de la Iglesia, de aquellos que no son buenos hijos y que
critican. Nosotros, rezaremos por Él.
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