Hemos escuchado en la Santa Misa cómo Abraham
recibió con hospitalidad a tres hombres (Gn 18,1-10), tantas veces se ha
interpretado como una representación de Dios; en el evangelio leímos que Marta
y María dieron posada a Jesús (Lc 10,38-42). ¡Qué daríamos por ser anfitriones
de Dios, que Él viniera a nuestra casa como a
la de estos personajes!
En una ocasión, cuentan, a cierto
personaje le dijo Jesús que llegaría a comer a su casa. El susodicho limpió la
casa, preparó la comida, tuvo todo a punto. Jesús tardaba en llegar. Mientras
tocaban a la puerta, creyendo que era Jesús, el anfitrión abrió la puerta y se
encontró con un mendigo que le pedía un poco de comida; le despidió de malas
maneras y con las manos vacías. Pasaron un segundo y un tercer pordiosero
pidiendo una caridad, y no recibieron nada del que esperaba a Jesús, quien incluso
se disculpó, porque esperaba nada más y nada menos que a Jesús.
No había llegado Jesús. En una
conversación ulterior, el anfitrión le reclamó a Jesús que por qué no había
llegado. Jesús le dijo que había llegado tres veces, y ninguna vez le ayudó.
Cuida practicar la caridad con quien
tengas a la par, que en eso seremos juzgados (cfr. Mt 25,31-46).
Más bien, Él es el que nos da hospedaje.
Aquí en la tierra siempre está cuidándonos; en el Cielo, nosotros seremos los
hospedados por Dios.
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