El jueves después de Pentecostés la Iglesia celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, un día más sosegado para celebrar el don del orden sacerdotal instituido el Jueves Santo por Jesucristo nuestro Señor.
La verdad, el hombre no hubiera osado pedir un don tan grande; ni ahora lo hace, pues está por encima de sus capacidades y sus méritos.
También, por parte de los que somos sacerdotes, nos falta -quienes más, quienes menos- ser más conscientes del don recibido: ser el mismo Cristo. En ocasión reciente, acompañado de un seminarista, fui a la casa de una persona que quería le bendijese la casa. Mientras llegábamos, comentó emocionada: "¡Es que no puedo creer de que Cristo venga a mi casa...!"
También nos falta ser conscientes de que somos para los demás, según nos instruye el Papa Pío XII en su encíclica Mediator Dei: "Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano, presenta al Padre eterno las aspiraciones y sentimientos religiosos de los hombres".
Recemos hoy por los sacerdotes, por su fidelidad, por su entrega total a Dios y a la obra de la redención.
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