Una oración preciosa que al Señor agrada, como todas las que se dicen, además de con los labios, con el corazón. Hay tantas otras que podemos tomar del evangelio: “Le dice la mujer: Señor, dame de esa agua” (Jn 4,15); “Señor, ¿Dónde a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68); “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17).
Éstas son pequeñas oraciones (jaculatorias) dirigidas a Dios. Pero también puedes tomar cualquier palabra del Evangelio, o de toda la Palabra de Dios, para considerarlas y tratar de entenderlas; así, te conducirá a la oración: “Jesús le dice [a la samaritana]: dame de beber” (Jn 4,7); “luego dice al discípulo: ahí tienes a tu madre” (Jn 19,27); “Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz para que no sean censuradas sus obras” (Jn 3,20)…
Además, si no te ayudan éstas, puedes “inventarte” tus propias oraciones. Tantos lo han hecho: “Jesusito de mi vida”, “María, Madre mía, sálvame”, “Jesús, en ti confío”, “Jesús, que yo haga lo que quieras tú”…
Pero, una cosa clave es repetir alguna o algunas muchas veces al día, tantas como el amor nos dicte, y aún más… Así es como alcanzaremos a atender el consejo-mandato de San Pablo: Sine intermissione orate (“orad sin interrupción” 1Ts 5,17).
Algo de bibliografía para el que quiera: Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, nn. 295-296. Puedes leerlo pinchando aquí.
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