Me ha encantado este artículo, que comparto con ustedes, y que también nos
ayuda a vivir la Liturgia. Hoy, precisamente, se ha leído el pasaje de la
Anunciación en el evangelio de la Santa Misa. El artículo es de Mons. Víctor
Hugo Palma, en su columna de Prensa Libre. Dice:
“La Virgen está pálida y mira
al niño, pensando: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Tiene
mis ojos y la forma de su boca es la mía. Es Dios y se parece a mí, ninguna
mujer ha tenido a su Dios así. Un Dios al que se puede tocar y sonríe”.
Increíblemente, este bello poema no procede de un “creyente practicante”, sino
de J.P. Sartre (1905-1980), quien seguramente antes de caer en el “nihilismo” y
recomendar el suicidio advirtió la singularidad de aquella que durante el
Adviento con la celebración de su Concepción Inmaculada y de la advocación de Guadalupe
ha estado presente en la preparación del nacimiento guatemalteco. A la
percepción del filósofo podría agregarse la devoción mariana de M. Lutero:
“Ella es la mujer más encumbrada, y la joya más noble de la cristiandad después
de Cristo… ella es la nobleza, sabiduría y santidad personificadas”. (Sermón de
Navidad, 1531). “Ninguna mujer como tú. Tú eres más que Eva o Sara, bendita
sobre toda nobleza, sabiduría y santidad” (Sermón en la Fiesta de la
Visitación, 1537). Incluso Mahoma, tan amante de su hija Fátima, le afirma en
un “hadith” o proverbio suyo: “Estarás en el paraíso por sobre todas las
mujeres, pero después de Máryam —María, en árabe—”. Pero la innegable grandeza
bíblica e histórica de María se funda no solo en lo que Dios le dio —su concepción
inmaculada, su maternidad virginal—, sino también en su “apertura y respuesta”
que la hizo “casa, templo, lugar de Dios para la Humanidad”. Cierto, ya San
Ambrosio (340-397 d.C.) corregía una “mariología excesiva” diciendo: “Ella es
el templo de Dios, no el Dios del templo”: aún así, con toda justicia, el
último domingo de Adviento se centra en María como la que hace posible que Dios
tenga una “beth” —casa, en hebreo— en la carne humana.
Viviendo con fe el “perdido
sentido actual de la maternidad y del hijo que no ha nacido” en ella se cumple
la profecía antigua de Natán a David: el deseo de Dios de “hacer su casa entre
nosotros”. Este domingo contiene un reclamo: como María, la humanidad entera
está llamada a “decir sí” al Dios que viene “a hacerse una casa suya para
reparar toda la casa”, pues los dramas de dolor personal, familiar o social no
tienen solución sin la presencia de aquel al que María supo recibir en su seno,
en su existencia aún a costa de los proyectos personales “buenos y normales”. Y
especialmente cuando las cosas no van bien, ella es modelo de “dejar a Dios
entrar en nuestra vida: ella está a nuestro lado, como madre a la que se puede
recurrir” (Benedicto XVI, Vida de la Virgen María, noviembre 2011). Ella es la
mujer y casa, modelo de recepción positiva de la “anunciación y presencia” en
nuestro mundo. Un antiguo relato de los hassidím o judíos devotos lamenta sin
embargo que, habiendo enviado Dios al ángel Gabriel al mundo para darle la
salvación, él regresó triste diciendo: “Encontré a unos anclados en su pasado,
a otros perdidos en la búsqueda del futuro: nadie fue capaz hoy de hacerte un
lugar en su vida”. Que esta Navidad el “sí de María al ángel” invite a crear un
espacio permanente, privilegiado, histórico e irreversible de Dios en la vida
de las familias guatemaltecas llamadas todas a ser hoy casa, templo y el lugar
en la carne, en la historia para el “Dios pequeñito” al que la Virgen y madre
estrecha con ternura y adora como su Señor.
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