Celebramos hoy la Solemnidad del Sagrado
Corazón. Los primeros cristianos ya lo consideraron y veneraron, siguiendo las
mismas palabras de nuestro Señor: “aprendan de mí que soy manso y humilde de
corazón...” (Mt 11,29). La Iglesia nació del costado abierto de Cristo,
pendente de la Cruz. Considerar el Sagrado Corazón de nuestro Señor nos conduce
a la verdad de su Santísima Humanidad (Él es “el Camino, y la verdad y la vida”
[Jn 14,6]).
Las lecturas de la Santa Misa (Os
11,1.3-4.8c-9; Sal Is 12; Ef 3,8-12.14.19; Jn 19,31-37) hablan del amor de Dios
para con nosotros. Es especialmente entrañable la Primera Lectura, tomada del
libro de Oseas. Recordemos que el profeta Oseas fustiga fuertemente los pecados
y la infidelidad del pueblo de Israel. Pero, como siempre, Dios tiene una
palabra de esperanza, siempre ofrece la salvación. “De Egipto llamé a mi hijo –dice-.
Invocamos, con las oraciones de la Santa
Misa, el amor misericordioso de Dios. La expresión “amor misericordioso” es reiterativa;
esta expresión revela el interés de Dios sobre el hombre, pero un interés que
va más allá del egoísmo de buscar su gloria: busca la felicidad del hombre.
Entonces, ¿cómo no sentirnos amados por
Dios? ¿Cómo dudar que somos hijos suyos si Él mismo nos lo ha testimoniado con
palabras y obras? Decía san Josemaría: “¡Que
estén tristes los que no se saben hijos de Dios!”
Pueden leer todo lo que quieran sobre la
devoción del Sagrado Corazón en Aciprensa.
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