La
muerte es una realidad tan normal en la vida del hombre, pero no nos
acostumbramos a pensar en que nos moriremos en algún momento. Hablar de la
muerte, en este nuestro mundo actual, es un tabú; que alguien la mencione
parece de espíritu negativo y trágico, si no pesimista.
Sin
embargo, para un cristiano de verdad, alguien que cada noche reza “el sueño,
hermano de la muerte, a su descanso nos convida...”, no puede constituir un
motivo de miedo ni pesimismo.
Ayer
me recordaba una hermana mía una escena de la película “El Padrecito” de
Cantinflas, aquella en que don Silvestre, aquél hombrote anticlerical y
arreligioso, se mofaba [ante el padrecito] de que “su Dios está muerto”..., y
el Padrecito le respondía: “no, señor, no está muerto pues ha resucitado...”
Hoy
he estado rezando por los difuntos muchas veces, especialmente en la Santa
Misa. Me he pasado más de un cuarto de hora mencionando a los difuntos que
encomendaría en la Celebración ―algo común por estas tierras en este día―.
Encomendemos a los difuntos ―especialmente
a aquellos de quienes nadie se recuerda de encomendarlos―, que nosotros
necesitaremos después que lo hagan por nosotros.
Requiescant in pace!
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