Hoy
recibí con gran gusto la visita de una familia. Mientras platicábamos, a un
niño de 7 años se le fueron los ojos a una tabla de ajedrez que tenemos
expuesto en el comedor. Con la timidez ante la mirada de su madre, preguntó si
podíamos jugar un poco, pero que le explicara cómo se movían la reina y el rey.
Con tal de congraciarme y ganar la amistad de este crío, acepté dar un poco de
tiempo a este pasatiempo con este niño...
Cedí
la oportunidad de utilizar las piezas blancas, por lo que él comenzó. Primero con
muy poca atención, luego tuve que poner más, el niño empezó a mover sus piezas,
y me iba poniendo en más aprieto. Me comió un alfil, yo le comí un peón, me
comió un peón y yo tuve que hacerme para atrás...
Estaba
absorto de cómo jugaba este niño, a sus escasos 7 años. Luego me empezó a
preocupar cómo quedaría mi pobre fama de grandote si me ganaba, dando paso a la
vergüenza. Tuve que estrujar un poco más el seso para ver cómo vencía a mi
oponente.
Aproveché
abrir paso a una torre por el costado izquierdo, para empezar a minarle por ese
lado. ¡Cederme eso fue su paso en falso...!
Algunas
veces, ciertamente, le tuve que soplar para que no moviera una pieza, para no
acabar tan pronto.
Pero,
lo confieso, el niño me dejó muy impresionado. Ya me invitó para la revancha en
su casa. Su madre quería inscribirlo en la escuela de ajedrez que hay en su
pueblo, pero le dijeron que no había lugar para niños; pero dijo que
insistiría. Francamente, siempre he sido "novato", pues sé lo elemental.
Mis
felicitaciones a este mi nuevo amigo... Será bueno en ajedrez. ¡Pero si es el
abanderado de su clase de párvulos que acaba de concluir! Dice la madre que no
le gusta ser abanderado porque, lo decía medio en broma, pesa mucho “el palo”
de la bandera...
¿Cómo resolverías? Juegan las blancas y dan mate en dos jugadas. |
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