Hoy he
predicado otro retiro, aunque fue relativamente corto, esta vez a un grupito de
señoritas que buscan tener un poco de vida interior. ¡Y lo van logrando!
Hoy, al
hilo de las lecturas de la Misa (leer aquí), les he predicado la meditación
sobre la Providencia divina, esa divina y amorosa asistencia de Dios sobre cada
uno.
Me vino
a la cabeza el ejemplo de la vida de Manuel García Morente, un filósofo español
del siglo XX, que experimentó un “Hecho extraordinario”, una experiencia que él
no se atreve a comparar a la de los grandes místicos pero que parece ser
semejante.
El hecho
es que en su relación de cómo sucedió, va contando que, exiliado en Francia,
intentó arreglar tantas cosas por su medio (trabajo, salida de la familia de la
zona de conflicto —la guerra civil española—), pero todas
las gestiones resultaron fallidas. En cambio, sin su intervención, se iban
arreglando las cosas.
Un filósofo siempre trata de dar
explicación a todas las cosas. En ese intento de dar explicación a cómo se le
arreglaba la vida, admitió que había un Poder ordenador de todas las cosas, al
que llamó Dios. Pero, decía, era un Dios al que no se reza… Al fin, terminó por
dar el salto a la fe, admitiendo que era un Dios providente que lo arreglaba
todo sin su intervención.
Luego de ello intentó rezar, pero,
contaba, incluso el Padrenuestro había olvidado…
Nuestro Dios, nuestro Padre Dios, cuida
de los pajarillos y las flores del campo, y los cuida con tanto primor. Imagina
cómo nos cuida Dios, que somos hijos suyos. ¡Hasta los pelos de nuestra cabeza
los tiene contados!
En Dios no valen las casualidades ni los
despistes y olvidos. No improvisa —aunque le obliguemos tantas veces con
nuestras “metidas de pata”—.
Pueden leer aquí la bella reflexión que el Santo Padre nos ofreció en el rezo del Angelus, sobre el mismo tema de la Providencia.
Pueden leer aquí la bella reflexión que el Santo Padre nos ofreció en el rezo del Angelus, sobre el mismo tema de la Providencia.
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