Hoy comienza la Cuaresma de este año. He escuchado y leído también en
los días anteriores una consideración piadosa: haz un propósito para cumplir en
esta Cuaresma. A mí me parece que más que un propósito, debemos ser más
ambiciosos en nuestras metas: lograr la conversión. En efecto, la Cuaresma es
una nueva oportunidad (no podemos decir: “otra Cuaresma” sino “la Cuaresma”)
para darle un vuelco a la vida.
Preparando
la homilía para mañana, me detenía a considerar, ayudado de Romano Guardini
(Signos Sagrados), en la fugacidad de la vida. “Caducidad: eso viene a
significar la ceniza. Nuestra caducidad; no la de los demás. La nuestra; la mía”.
Hoy las iglesias estarán llenas ―¡más que el día de Pascua o la fiesta
patronal de los pueblos!―; aunque lleguen tarde a Misa ―o incluso que no puedan
llegar―, se acercarán a pedir que les pongan la ceniza en la cabeza ―o que se
las pinten en la frente, según una, me parece, no tan acertada tradición (la
ceniza se echa en la cabeza)―.
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