Las personas vienen y se van, todo y todos
pasamos. Nuestro presente es un instante en el transcurrir de la historia. ¿Qué
sentido tiene, entonces, que nos esforcemos?
Todo en nuestra vida, también las situaciones
más duras de nuestra existencia, tienen su sentido: nos educan, nos ofrecen la
oportunidad para buscar y unirnos más a Dios. Pero, a veces, ¡qué difícil es!
Hoy he vuelto a ver la película de “Juan
XXIII. El Papa de la paz”, al menos la primera parte. La figura bondadosa y
fuerte, a la vez, abandonado en la Providencia, me resulta muy atractiva. Un
hombre sin ambiciones humanas, que anhela sólo cumplir la Voluntad de Dios. ¡Cómo
quisiera parecerme algo a él! Y pronto será canonizado.
¿Dejar recuerdo? Para los hombres, los que
sólo tienen miras humanas y no sobrenaturales, cómo vale el recuerdo, pero qué
poco beneficia al recordado. Si tan sólo Dios nos “recuerde” cuando dejemos este
mundo —una
forma tan poco acertada de expresar—; así será, Dios mediante, pues Él se
interesa por nosotros, nos ama tanto.
Quiero recordar ahora al señor Adolfo
Marroquín, papá del P. Fito, que nos ha dejado hoy y, confiamos, ha partido
para el Cielo. Mi más sentido pésame para el P. Fito y su familia. Así también
de la “Hermana Inmaculada”, una monja estadounidense que entregó su vida a
Dios, su misión y a los pobres en el Novillero, Santa Lucía Utatlán, y que ayer
concluyó su carrera, llegó a la meta del Cielo.
“Dichosos
los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí (…), que descansen de sus
fatigas, porque sus obras los acompañan”, dice el libro
de los Salmos. Así es.
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