Hoy he hecho un poco de todo, lo que me
corresponde hacer: por la mañana he rezado lo que suelo, he celebrado la Santa
Misa con unas religiosas, he desayunado… También he atendido a una persona que
suele hablar conmigo en dirección espiritual una vez al mes.
Llegó la hora de la clase de Corpus
Paulino y, en cambio, nos hemos dedicado a acercarnos exegéticamente a Mt 17,
el pasaje que escucharemos en la Santa Misa el próximo domingo. No he podido
resistirme, pues es un pasaje rico para ser estudiado. Les he pedido a los
alumnos que participaran en el estudio, y varios lo hicieron
satisfactoriamente. En fin, les justifiqué que, quienes más temprano quienes más
tarde, necesitan hacer ese tipo de ejercicio para preparar la predicación.
Por la tarde me he dedicado a preparar una
meditación, a rezar otro rato, a atender unas Confesiones… Más tarde, en la
vecindad, rezaremos el Via Crucis con los seminaristas, intentando rezar y evangelizar
a la vez. Ahora, dedico un rato para escribir estas letras. Total, nada
relevante. Ni mucho menos me he dedicado a salvar al mundo.
Entonces, ¿qué he hecho hoy de
extraordinario? He tratado de hacer bien lo que me corresponde, aunque los
demás no lo hayan notado; lo que me interesa es que Dios lo vea. Además, Dios sabrá perdonarme mis metidas de pata. ¡Que siga la vida!
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